Detrás del lente en el
delta de Okavango, África
Viajamos con un equipo a documentar lo que sucede con la protección de elefantes en Okavango, Delta, África, pero volvimos con mucho más que eso.
ESCRITO POR FRANCISCO GALEAZZI

Qué importante es conocer, inspirarse y nutrirse de otros. Lo es tanto, pero tanto, que mi viaje al Okavango Delta empezó un domingo en mi sillón casi 3 años antes de conocerlo. Si no veo lo que otros hacen, si no me nutro de experiencias visuales sería más difícil mi trabajo. Leer, escribir, ver. Todo esto me hace viajar a contar historias que no conté, a conocer lugares a los que quiero ir. Y ahí estaba yo, viendo una expedición de National Geographic al Okavango Delta un domingo primaveral con un mate en mano.
Aceleramos tres años que involucraron migrar a España, cerrar mi productora, deprimirme, volver a ser freelance, volver a sonreír, a amar, a confiar, a viajar, a documentar. Hasta que en marzo del 2024 empecé un viaje al continente africano que me cambió. No porque viajar cambie mágicamente, sino porque necesitaba otra cosa. Moverme, alejarme, reconectar con lo que más amo: contar historias.
Hacía siete años ya que tenía una cámara en la mano, pero en el último tiempo ya no le encontraba sentido. No es fácil hacer todos los días lo mismo y seguir encontrándole propósito. Pero ahí fui, en busca del Okavango, de los Maasai, de la guerra en Goma, del surf, de amigos, de historias.
Cada día de este viaje fue distinto. Algunos me enojaron, otros me emocionaron. Algunos exigieron paciencia, otros entrega total. El 21 de marzo volamos a la República Democrática del Congo con Pedro, un amigo periodista, y Zelmi, mi compañera y productora. África no me era nueva ya que la había visitado en los 6 años previos de mi vida, pero sí lo era esta forma: siete meses, doce países, y una misión documental.
El viaje lo marcaron las historias. Pudimos documentar a los Maasai Mara y terminamos en Tanzania, tuvimos la posibilidad de conocer la restauración de corales en la costa kenyata y allá estuvimos unas semanas. Acompañaron Ruanda con su historia de genocidio y paz, lo siguieron Malawi, Zambia, Namibia Botsuana, Senegal, Sierra Leona, Liberia y Ghana.

Pero vuelvo a ese domingo. Ese domingo no sabía muy bien cómo empezar la semana. Ya sabía que esto me gustaba. Que quería contar historias del mundo, del cambio climático, de los elefantes, de las personas. Tenía el fuego. Y entonces apareció una conexión en LinkedIn. Así empezó mi viaje al Delta del Okavango. Con dos amigos buscando vacaciones. Y terminó en un orfanato de elefantes. No sabíamos nuestra ruta, y para ese entonces éramos Zelmi y yo. Buscando experiencias, descansos, risas, historias… siempre las historias. Si se cuentan desde hace miles de años, ¿por qué no ir a buscarlas?
El Delta del Okavango está ubicado en el norte de Botsuana, pero su historia comienza mucho antes, en las tierras altas de Angola. Allí nace el río que, tras recorrer Namibia, finalmente se desparrama en este inmenso humedal sin salida al mar. Es un delta interior único en el mundo: sus aguas no llegan al océano, sino que se evaporan lentamente en el corazón del desierto del Kalahari. Un oasis que parece un espejismo, pero es real.
Durante la temporada de lluvias, el delta puede alcanzar hasta 15.000 km², convirtiéndose en uno de los ecosistemas más biodiversos de África. Este pulso de agua trae vida a miles de especies y sustento a una población clave: los elefantes. Botsuana alberga la mayor concentración de elefantes del continente, muchos de ellos protegidos en este santuario natural que promueve la libertad pura de estos animales, a diferencia de otros países como Namibia, donde los parques de este tipo suelen estar delimitados con cercos. Es justamente esa libertad la que también genera tensiones con comunidades locales, ya que rompen rutas, obras, huertas y en algunos casos atacan personas, lo que convierte a esta situación en una crisis que exige escuchar todas las voces y encontrar un equilibrio entre conservación y convivencia.
Las palabras para describirlo no alcanzan ni un poco. Hay que estar ahí, hay que vivirlo. Dos cosas sucedieron para llevarnos hacia esa aventura. El mensaje de un amigo que nos dijo “estamos firmes para ir a viajar con ustedes”, y, por otro lado, la charla que tuvimos con Pelorus Foundation y Elephants Haven, quienes nos confirmaron que nos podían recibir para documentar la historia de Kay, la primera mujer en trabajar como cuidadora de elefantes en el país. Desde ese momento comenzaron un sinfín de locuras que nos llevaron a organizar la producción, las fechas, las formas, las llegadas y salidas.
Tuvimos la suerte de llegar descansados después de recorrer con amigos Namibia y Botsuana. Nos fue de gran ayuda hacer una especie de scouting por el país, conociendo su cultura y su gente, además de viajar por el Okavango como espectadores antes de ponernos a documentarlo.
Todo proyecto es único, sin dudas. Y este empezó por una conexión en las redes sociales. Con el primer paso siempre empieza una etapa de conocer, de explorar, de investigar. No basta solo con navegar la web, sino que hay que hacer llamados, reuniones, entrevistas y todo tipo de mensajes cruzados para conocer en profundidad. En este caso, conversamos con el equipo de Elephants Havens, una organización sin fines de lucro en Botsuana dedicada al rescate, rehabilitación y reintegración de elefantes huérfanos, principalmente víctimas de la caza furtiva y el conflicto humano-fauna. Además de brindar cuidado y protección a estos animales, trabajan estrechamente con comunidades locales para fomentar la convivencia pacífica, la educación ambiental y la conservación a largo plazo del ecosistema del Okavango.

"A veces, lo más valioso es dejar la cámara a un lado y simplemente estar presente."
El segundo paso es entender de qué tema querés hablar. Y después conectarlo con la forma en la cual planeas contarlo. Queríamos hacer un cruce entre la reducción de los elefantes con la falta de las mujeres en conservación. Para eso, decidimos contar la historia de Kay, la primera mujer en ser cuidadora de elefantes en Botswana.
Al llegar a Elephants Havens ya se respira naturaleza, la conexión con el entorno es única. Ves, escuchas y respiras conservación y sustentabilidad. Desde el agua y la electricidad hasta la comida están pensadas para estar en armonía con el planeta.
Para empezar, estuvimos un día completo entendiendo aún más las formas de trabajo, los tiempos, las actividades. El ritmo lo marcan los elefantes: se empieza a las 6 de la mañana con una oración del equipo, una reunión informativa y de ahí se continúa hacia a los establos para darles la primera comida. Luego se los saca a pasear por el Okavango y se los sigue alrededor del día. Ellos son los que marcan lo que quieren hacer, sea comer, descansar o jugar en el agua. Los cuidadores siguen su rutina, su vida está dedicada a cada uno de ellos. Los abrazan, ríen, acompañan, aman.
Nos hicimos amigos, compartimos, disfrutamos, fuimos parte de esta rutina. A veces, lo más valioso es dejar la cámara a un lado y simplemente estar presente. También es cuestión de mirar, entender qué hacer, planificar y amigarse para después capturar.
Creo que la conexión con los elefantes fue la clave para poder sacar este proyecto adelante. Más que grabar sin pausa, se trata de conectar, de entender por qué merecen cuidado, respeto y amor. Creo que el poder darles de comer, caminar con ellos y conocer al equipo de Elephants Haven es algo clave a la hora de hacer un documental.
En nuestro caso tuvimos la oportunidad de ser parte de un rescate. Y no todo sale como uno lo planea. Me acuerdo que nos dijeron que íbamos a salir temprano porque iban a ir a buscar a un elefante huérfano a unas horas de donde estábamos. Fue una gran noticia. El poder ser parte de esta aventura, de salir a la inmensidad del Okavango, a encontrarse cara a cara con un rescate. Como documentalista era algo único. Algo que nunca había presenciado. Y ahí fuimos.
Casi 8 horas de auto en la caja de una camioneta. Sol, viento, cansancio, pero sonriendo. Sabiendo que si pensaba esto ese domingo en el sillón era impensado. Estuvimos tres días con el rescate. No todo salió como pensamos. Encontramos el elefante en el agua. Lo teníamos todo: veterinario, equipo de la ONG, gente local, traslado. Todo para que sea un rescate beneficioso. Pero no resultó ser. Si el elefante no salía del agua en la noche probablemente iba a morir, no hay muchos medios para hacerlo salir, se queda allí como forma de protección, en estado de alerta, sabe que afuera hay más amenazas, pero no sabe que queremos cuidarlo. Hicimos lo que pudimos, esperamos varias horas de la noche, descansamos otras horas mas y al día siguiente nos encontramos con lo inevitable: había muerto.
Son esos momentos que no sabes que hacer, que la tristeza inunda tu cuerpo, que el clima entre el equipo no es el mismo. Pero que a la vez tenés que entender que así funciona la naturaleza. Que hay que seguir adelante para cuidar o rescatar aún más elefantes. Que en el documental no todo es perfecto, y es lo lindo de esta profesión.

La naturaleza es impredecible. Se filma lo que sucede. Y esto pasó.Sin dudas, nuestro tiempo allí fue una experiencia única. Compartimos con Eric y Benji hasta ser amigos. Acampamos en el medio del Okavango Delta. Nos reímos, descansamos, caminamos en búsqueda de un elefante por medio del delta más importante del mundo. Vi estrellas como nunca en mi vida. Hicimos un fuego porque el frío siempre llega. Compartimos. Aprendimos.
Creo que tener una cámara para contar estas historias es tener un poder. Es tener la posibilidad de mostrar un sinfín de mundos. Es poder inspirar como me inspiran a mi miles de personas. Es poder accionar. Es generar cambio. Es algo único, algo que me enciende el corazón, el alma. Algo que no es perfecto y que es lo lindo también.Para este documental tuvimos la oportunidad de ser parte de la vida de Kay. A miles de kilómetros de Argentina, nuestra tierra. Alguien que nunca pensamos en conocer, pero que una cámara nos lo permitió. Una chica a la que su comunidad no entendía porque quería proteger a los animales que muchas veces matan personas, destruyen calles, comen los alimentos. Una persona que entendió que podemos coexistir con la fauna, con el planeta. Entiende que es difícil ser activista por los animales pero que vale la pena. Que cuidar a un elefante es, en muchos sentidos, como maternar. Y en ese gesto, en ese vínculo, hay una forma de esperanza.
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